SALMO 84
UN SALMO ACERCA DE NUESTRA RELACIÓN CON DIOS
UN SALMO ACERCA DE NUESTRA RELACIÓN CON DIOS
Un hermoso Salmo que comienza y termina con una exclamación, dejando saber que hay emoción a través de sus líneas, donde cada expresión está ligada a un evento en nuestra vida de relación con el Señor.
Sabemos que la palabra es lámpara y luz a nuestro camino, pero no cualquier camino, sino el camino de crecimiento espiritual que comienza precisamente con el nuevo nacimiento. Antes de este acontecimiento de vida nueva, la palabra es meramente histórica y, en su mejor forma, inspiracional. Pero no puede ser luz, porque aun no tenemos ojos espirituales para ver su Luz, y no puede ser guía porque nuestros oídos espirituales están sellados. Pero cuando tenemos el encuentro personal con Dios, nuestro espíritu despierta de su sueño profundo, de la muerte espiritual y puede percibir claramente este nuevo mundo de experiencias que antes no eran posibles por el estado de muerte de nuestro ser. En Cristo pasamos de muerte a vida, una vida de mucho mejor calidad que la que teníamos, una vida que no termina con la muerte de nuestro cuerpo natural, sino que es eterna, o lo que es lo mismo, es luz. Y así como las tinieblas no prevalecen en la luz, la muerte no puede hacer mella en esta vida eterna de la cual ahora se nos hace participes.
En este Salmo se muestran las tres etapas consecutivas y necesarias de nuestra relación con Dios. El primer encuentro, como ya sabemos, lo tenemos con el Hijo, donde se nos adopta a la familia de Dios,...y se nos dio potestad de ser hechos hijos de Dios.
El segundo encuentro es con el Espíritu Santo, y nuestro tercer y último encuentro es con el Padre.
Cada paso en esta relación nos lleva a descubrir a Dios de una manera cada vez más gloriosa, sin que se pierda en cada paso la majestad de esa relación. Así, mientras crecemos, y ciertamente esta relación depende de nuestro crecimiento, podemos ir quitando capas del velo, escamas de nuestros ojos, para que podamos ver claramente, conociendo y entendiendo la grandeza de nuestro Dios. Pablo dice que entonces veremos a cara descubierta, sin ningún impedimento.
De nuevo, hago énfasis en el crecimiento, porque si no crecemos no podremos comprender la anchura, longitud, altura y profundidad del amor de Dios (ya tendremos oportunidad de estudiar a fondo en otra ocasión este pasaje). Veamos a un niño que conoce a sus padres como protectores y proveedores en su primer etapa de vida; ellos ciertamente son más que eso, pero al entendimiento del niño son solo eso y nada más. Conforme va creciendo, les va conociendo como aquellos que le enseñan que un camino de éxito en la vida requiere disciplina, desprendimiento, perdón, misericordia, esfuerzo y otras cosas que son inculcadas por sus padres como maestros y tutores, pero que no dejan de ser lo que fueron y que aun son, esto es, proveedores y protectores. Es solo al salir de casa y formar una familia separada de sus padres que el niño, ahora hombre, puede verles en todo su potencial, porque precisamente ahora es que finalmente les ve con la capacidad de entender quien es él, esto es, el hijo de sus padres, que como ellos es él, de la misma imagen y con la misma semejanza. Es cuando les conoce como sabios consejeros, quienes ya han recorrido el camino que él solo apenas comienza. Y ellos no dejarán de ser lo que fueron y que son, pero ahora les conoce como ellos le conocieron desde el principio. “Os escribo a vosotros padres, que conocen al que es desde el principio”.
Los primeros cuatro versículos de este canto nos hablan del primer encuentro, nuestro encuentro con el Hijo. La expresión “¡Cuan amables, cuan preciosas, son tus moradas, oh Señor de los Ejércitos!”, nos muestra la exclamación de alguno que ha descubierto algo grandioso, que ha podido encontrar el significado de algún lugar. Esta expresión la usamos cuando nos damos cuenta de que algo que es común y que vemos todos los días viene a tener un gran significado de repente. Por ejemplo, hay muchas universidades en el país, pero cuando tu asistes a una en particular, deja de ser una universidad para ser “¡La Universidad!”, puedes haber visto a una dama por algún tiempo en tu trabajo o en la iglesia, pero de repente ¡zas! deja de ser otra dama para ser ahora la que te hace soñar despierto y ser “¡la mujer de mi vida!”. Esto es lo que le leemos en esta expresión, que cuando las moradas de Dios cobran un sentido especial para nosotros, dejan de ser el templo, el lugar de reunión, para ser ahora el lugar de deleite, el lugar amable, precioso, lleno de significado.
Sabemos por la escritura (Gálatas 4) que tenemos tres madres, nuestra madre que nos parió, nuestra madre que nos muestra el camino a Dios y que conocemos como la religión o la Jerusalén actual y nuestra madre celestial que está descrita como la Jerusalén de arriba. Cada una de ellas tiene la misión de encaminarnos a un encuentro. Conocemos que la instrucción de nuestra madre nos lleva a ser hombres y mujeres de valor en la sociedad al educarnos en valores morales, sociales y religiosos. Le corresponde asimismo a nuestra segunda madre, la religión, cualquiera que esta sea, a llevarnos al Puente o Camino para llegar al encuentro con Dios. De esta manera sabemos que nos darán toda la instrucción necesaria y las herramientas para lograrlo, pero la decisión es netamente nuestra. Nuestra madre no es la que toma las decisiones en nuestro hogar, eso es asunto de nosotros como los esposos, aunque su instrucción en nuestra formación se refleja en nuestro manejo de las situaciones. La religión es buena, cualquiera que diga lo contrario no aprecia lo que esta hizo por él, es por tanto buena y necesaria, porque con guías y maestros nos llevan a desear tener un encuentro con Dios. No puede ir más allá, solo puede mostrarnos a Cristo, pero ella no es el Camino, sino solo quien nos muestra el Camino.
Para entender este pensamiento vayamos al comienzo de nuestra existencia. Cuando nacemos comienza una travesía de regreso a casa. No comienza nuestra existencia al nacer de nuestra madre, sino que de hecho comienza en el corazón de Dios, quien en la concepción pone luz en nosotros. Esta luz es su Luz, la luz que le caracteriza, que es su misma esencia, es su luz Shekinah. Aunque no haya luz en el vientre materno, aunque no parezca sino un lugar oscuro, ¡ahí hay luz! En el Salmo 139.16 hay un misterio escondido, y es que cuando dice: “tus ojos vieron mi embrión” podemos también entrever que ¡nosotros también le vimos ahí! Mira, nosotros conocimos a Dios aun antes de nacer, conocimos sus moradas, conocimos sus pensamientos, nos deleitamos con El. Pero después de nueve meses también nacimos, y cuando nacimos nos dimos cuenta de inmediato que no podíamos ver. La luz artificial del quirófano o de la casa de partos no es la luz que vimos ahí. Y cuando vimos la luz de sol, por un momento, por un instante, cuando fijamos la vista en el astro al medio día, creímos ver la luz que conocimos, pero esa luz que conocimos no dañaba como esta luz del sol. Desde que nacemos buscamos eso que conocimos entonces, buscamos a quien conocimos íntimamente, buscamos a Dios. Nuestras madres no nos pueden comprender, nos hablan de la Luz pero no pueden darnos la Luz, nos consuelan diciendo que algún día veremos esa Luz otra vez cuando llegue nuestro día, cuando regrese el Señor, pero nosotros queremos ver (conocer, participar) esa Luz aquí, ahora, no en un futuro, sino hoy.
Recién cuando confesamos nuestro andar ante el Hijo, bajo la luz del sol en justicia o la luz de los hombres en oscuridad de pecado, esto es, nuestro caminar natural que pudo haber sido bueno o no tan bueno, pero nunca perfecto, nunca suficiente para alcanzar a cruzar el abismo de regreso a casa, es cuando el perdón, la redención y la justificación llenan nuestro ser. Somos de repente despertados, comenzamos a ver, no más la luz natural, sino nuestros ojos se abren como al comienzo, como cuando le conocimos. Viene un gozo tal que quedamos aturdidos, emocionados, extasiados. Expresamos como el salmista ¡cuán amables son tus moradas, cuán preciosas son en verdad! El Hijo es el Camino, la Verdad y la Vida. Le hemos encontrado, no le queremos dejar más. Cómo recuerdo las palabras del Maestro al describir el Reino de los Cielos. Esto es en verdad semejante a lo que ahí se narra, algo que no tiene comparación, que es lo más valioso que se puede encontrar.
Y saben que es lo más increíble, que ¡es solo el comienzo! Solo el principio de un regocijante viaje con el Guía más tremendo que haya existido jamás, nos referimos al Espíritu Santo.
Leemos que el gorrión ha hallado casa y la golondrina lugar para poner su nido, y ese lugar y esa casa son los altares del Señor. Nuevamente esto es expresado entre signos de admiración, maravillándose de lo que habla como un gran descubrimiento. Dejando la profundidad para otro estudio, entendemos que Pablo se refiere a las diferentes religiones en el primer capítulo de su epístola a los Romanos donde leemos: “Profesando ser sabios, se volvieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una imagen en forma de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles.” Reptiles por cuanto no conocen a Cristo, cuadrúpedos porque le conocen en lo natural, aves porque han probado las alturas de lo espiritual y hombre porque no le quieren reconocer sino que se hacen vanos expresándose en humanismo, ateísmo, y todo lo que tiene que ver centrado en el hombre natural alejado de Dios. De donde tomamos que aun la religión que ha perfeccionado su vuelo en gracia y velocidad como la golondrina, toma el lugar de procrear sus polluelos en los atrios de Dios. No nacemos en religión, sino que la religión nos lleva a las moradas del Señor para nacer. Nos despedimos de nuestra madre para comenzar una educación y crecimiento bajo la tutoría del Maestro. Recordemos el caso de Ana cuando después de destetar a Samuel lo lleva a la casa del Señor para que creciera delante del Señor.
Los siguientes versículos del Salmo nos hablan precisamente de este crecimiento bajo la tutela del Espíritu Santo. De nuevo una exclamación: ¡Cuán bienaventurado es el hombre cuyo poder está en ti, en cuyo corazón están los caminos a Sion! Este es un tiempo de ardua instrucción, de un refinamiento de carácter, un desierto donde la meta es crecer a la estatura del Varón perfecto. Es una etapa donde dejamos las cosas antiguas para aprender lo más excelente, como la mariposa deja las costumbres de la oruga con su alimentación de hojas y ahora se alimenta de néctar y sales minerales. Lo anterior fue bueno, pero si desea crecer es necesario un cambio de alimento. Por cierto, parte de nuestro nuevo aprendizaje es que es sazonado con sufrimiento, privaciones, desprecio, incomprensión, abandono y burla entre otros. El valle de “Baca” es traducido como el valle de lagrimas, el valle del sufrimiento, que es convertido en manantiales, vida que proviene de lo profundo de nuestro ser, que ha sido depositada en abundancia por las lluvias tempranas de bendición. Estas aguas de lluvia no se pierden sino son almacenadas por nuestro espíritu en lo profundo, donde podemos tomar cuando pasemos por este valle. La lluvia temprana ablanda la tierra preparándola para ser arada y sembrada con nueva semilla. La instrucción es fuerte, pero podemos ver los resultados como el hombre que ve sus musculo crecer con el ejercicio en el gimnasio. Van de poder en poder, creciendo y fortaleciéndose, llenándose de sabiduría, completándose en entendimiento y derramándose en adoración. Si vemos el tabernáculo de reunión, encontramos tres áreas principales que representan estos tres encuentros. Pasando los atrios donde están el altar del holocausto y la fuente de bronce, encontramos la tienda, donde están divididos por un velo de techo a tierra el lugar santo y el lugar santísimo. En el primero y con acceso al exterior encontramos tres objetos sagrados que nos muestran los instrumentos de instrucción del Espíritu Santo, a saber, el candelabro de oro de una sola pieza, forjado a martillo y que es la única fuente de luz ya que un primer velo sella la entrada y la luz del sol. Esta es la luz del poder de Dios, poder para entender la escritura, descubrir los misterios escondidos y sobretodo luz para encontrar lo que no agrada a Dios en nosotros y que debe ser removido. Sin esta luz seremos incapaces de entender que la disciplina es indispensable para crecer en santidad.
Mira, la religión, cualquiera que sea, nos dice que nadie puede ser perfecto sino Dios, pero aquí descubrimos que el mandamiento: “sed perfectos, como vuestro Padre es perfecto” aplica a nosotros, que solo a base de negación a si mismo podremos alcanzar en Cristo este crecimiento. Para la oruga es imposible volar, porque su naturaleza se lo impide, por tanto cree que nunca volará, pero cuando la naturaleza en ella cambia transformándola en mariposa con alas de seda, entonces el volar se vuelve una posibilidad real. Esto nos lo enseña el Espíritu Santo. Los panes de la proposición son nuestro alimento especial, el cual está cubierto con incienso, con mirra, para que no sea consumido por los insectos. Este pan es amargo, pero produce fuerza, comprensión, nos permite descubrir la misericordia, el valorar lo despreciado por los hombres, el considerar cada día que nuestra meta no está en lo natural sino en lo sobrenatural, en las moradas celestiales. Nos enseña que nuestra naturaleza verdadera no es la tangible, natural y carnal con la que nacimos, sino una naturaleza de luz, celestial y gloriosa. Y quizás el objeto del fondo de la cámara nos llame la atención por su cercanía al velo, y es que este altar del incienso es lo único que permanece de este lugar al ser removido el velo. La adoración, la oración, el comunicar con Dios como El pide, como El merece, como a nosotros nos conviene, esto es lo que este altar representa. Un objeto de madera de acacia recubierto de oro fino, con sus cuernos y sus utensilios de oro, todo mostrando nuestra naturaleza que comenzó natural pero que será transformada en espiritual.
Jesús nos enseña a orar, a dirigirnos a Dios como Padre, porque el Padre oye, ve y actúa con piedad y amor para con sus hijos. Esta es la tercer etapa, el encuentro con el Padre. Los versículos restantes nos hablan de este encuentro. ¡Qué precioso es orar sabiendo que somos escuchados, pedir sabiendo que obtendremos respuesta, clamar y tener por cierto que seremos rescatados! El Señor oraba siempre con la certeza de ser oído, por eso los discípulos le pidieron que les enseñara a comunicarse con Dios con esa misma certeza de ser atendidos. Les enseño el secreto de David que se había perdido en los rituales religiosos, la sencillez del hablar de Moisés que habían incomprendido los religiosos cambiándolo por elaboradas oraciones que no llegaban a ningún lado. Leemos: “Mira, oh Dios, escudo nuestro, y contempla el rostro de tu ungido”, míranos, examínanos, contempla nuestro rostro, el rostro de uno que ha sido entrenado, instruido, aprobado, ungido. Mira oh Dios, ve a Cristo en mi, mira que mi rostro brilla con tu mismo resplandor, que he llegado a ser transformado a tu semejanza. No soy más aquel que nació en pecado, sino uno que ha pasado por la escuela del Espíritu y ha sido hallado fiel, ha sido llamado buen siervo. Ya no hay mancha, las arrugas fueron alisadas tiempo atrás, no hay ya en mi sombra de ningún tipo sino que la Luz me ha traspuesto a través del velo y ahora estoy de continuo ante tu presencia oh Dios de los ejércitos.
Este es el fin de la larga espera del regreso a casa, cuando por fin podemos entrar en su reposo. Ciertamente este es el reposo del cual se habla en la epístola a los Hebreos, “Porque los que hemos creído entramos en ese reposo”. Reposo significa precisamente que no hay necesidad de más obras sino que la gloria de Dios es suficiente, llenándolo todo en todo. Nuestro peregrinar ha terminado, ya no hay que buscar nada más, no hay que encontrar a nadie más, no tenemos que vestir nada más ya que somos vestidos de su gloria, no hay nada más que decir, todo está dicho, todo está hecho, ---- consumado es ----.
Nuestro ser se encuentra ahora en un estado de paz como nunca antes lo estuvo, porque ya no hay preocupación, angustia, dolor, ansia, anhelo, aun la esperanza ha quedado satisfecha. ¡cuan hermosas son tus moradas, oh Señor!
Hasta ahora no conocemos nada que pueda ir más rápido que la luz, y sin embargo, cuando llegamos a esta etapa de relación, encontramos que esta Luz de Dios, de la cual ahora somos participes, esto es, de su gloria misma, no necesita ir rápido o despacio, simplemente es, lo llena todo, está en todos lados, es lo que es, la Luz. En un instante, en un momento, todo queda claro, todo queda entendido, todo queda descubierto. No hay esfuerzo ni hay afán, no hay preguntas tampoco, todo es simplemente conocido al entrar en su lugar. Por cierto, allí no hay lugar para nuestro “yo”, ha quedado muerto y desechado como el capullo de la oruga, innecesario para ser utilizado para algo más.
“Queda, por tanto, un reposo sagrado para el pueblo de Dios. Pues el que ha entrado a su reposo, él mismo ha reposado de sus obras, como Dios reposó de las suyas. Por tanto, esforcémonos por entrar en ese reposo.” Esforcémonos, suframos lo que haiga que sufrir, lloremos lo que tengamos que llorar, clamemos lo que hayamos de clamar, perdamos lo que se tenga que perder, pero entremos en su reposo.
Vale una observación, porque dirás: bueno eso será emocionante, pero y ahora, en este tiempo, ¿cuál es mi esperanza mientras alcanzo ese reposo? – los últimos dos versículos nos dicen que es el Señor nuestro sol y escudo, justicia y protector, quien provee para nosotros gracia y gloria, si, su favor es para con sus hijos, para los que le aman, quien ciertamente no negará nada bueno a los que andan en perfección e integridad, cualidades que obtenemos más allá de las faldas de la religión, como hombres y mujeres maduros y crecidos a la estatura del Señor.
“Oh SEÑOR de los ejércitos, ¡cuán bienaventurado es el hombre que en ti confía!” lo que concluye este pensamiento y este salmo, que es dichoso el hombre que en Dios confía, que ha puesto su esperanza en el Señor a quien ahora conoce enteramente, que ha visitado sus moradas y las ha aprendido a amar deseándolas como su morada también. Hemos visto nuestro lugar, hemos visto nuestra gloria, hemos visto nuestra herencia, ¡eso es simplemente glorioso! Cualquier situación que tengamos que pasar, cualquier sacrificio que sea necesario hacer, cualquier cosa, es insignificante comparado con esto que hemos alcanzado y tenemos en nuestro corazón para disfrutar hasta que sea manifestado.
Les amo.
Sabemos que la palabra es lámpara y luz a nuestro camino, pero no cualquier camino, sino el camino de crecimiento espiritual que comienza precisamente con el nuevo nacimiento. Antes de este acontecimiento de vida nueva, la palabra es meramente histórica y, en su mejor forma, inspiracional. Pero no puede ser luz, porque aun no tenemos ojos espirituales para ver su Luz, y no puede ser guía porque nuestros oídos espirituales están sellados. Pero cuando tenemos el encuentro personal con Dios, nuestro espíritu despierta de su sueño profundo, de la muerte espiritual y puede percibir claramente este nuevo mundo de experiencias que antes no eran posibles por el estado de muerte de nuestro ser. En Cristo pasamos de muerte a vida, una vida de mucho mejor calidad que la que teníamos, una vida que no termina con la muerte de nuestro cuerpo natural, sino que es eterna, o lo que es lo mismo, es luz. Y así como las tinieblas no prevalecen en la luz, la muerte no puede hacer mella en esta vida eterna de la cual ahora se nos hace participes.
En este Salmo se muestran las tres etapas consecutivas y necesarias de nuestra relación con Dios. El primer encuentro, como ya sabemos, lo tenemos con el Hijo, donde se nos adopta a la familia de Dios,...y se nos dio potestad de ser hechos hijos de Dios.
El segundo encuentro es con el Espíritu Santo, y nuestro tercer y último encuentro es con el Padre.
Cada paso en esta relación nos lleva a descubrir a Dios de una manera cada vez más gloriosa, sin que se pierda en cada paso la majestad de esa relación. Así, mientras crecemos, y ciertamente esta relación depende de nuestro crecimiento, podemos ir quitando capas del velo, escamas de nuestros ojos, para que podamos ver claramente, conociendo y entendiendo la grandeza de nuestro Dios. Pablo dice que entonces veremos a cara descubierta, sin ningún impedimento.
De nuevo, hago énfasis en el crecimiento, porque si no crecemos no podremos comprender la anchura, longitud, altura y profundidad del amor de Dios (ya tendremos oportunidad de estudiar a fondo en otra ocasión este pasaje). Veamos a un niño que conoce a sus padres como protectores y proveedores en su primer etapa de vida; ellos ciertamente son más que eso, pero al entendimiento del niño son solo eso y nada más. Conforme va creciendo, les va conociendo como aquellos que le enseñan que un camino de éxito en la vida requiere disciplina, desprendimiento, perdón, misericordia, esfuerzo y otras cosas que son inculcadas por sus padres como maestros y tutores, pero que no dejan de ser lo que fueron y que aun son, esto es, proveedores y protectores. Es solo al salir de casa y formar una familia separada de sus padres que el niño, ahora hombre, puede verles en todo su potencial, porque precisamente ahora es que finalmente les ve con la capacidad de entender quien es él, esto es, el hijo de sus padres, que como ellos es él, de la misma imagen y con la misma semejanza. Es cuando les conoce como sabios consejeros, quienes ya han recorrido el camino que él solo apenas comienza. Y ellos no dejarán de ser lo que fueron y que son, pero ahora les conoce como ellos le conocieron desde el principio. “Os escribo a vosotros padres, que conocen al que es desde el principio”.
Los primeros cuatro versículos de este canto nos hablan del primer encuentro, nuestro encuentro con el Hijo. La expresión “¡Cuan amables, cuan preciosas, son tus moradas, oh Señor de los Ejércitos!”, nos muestra la exclamación de alguno que ha descubierto algo grandioso, que ha podido encontrar el significado de algún lugar. Esta expresión la usamos cuando nos damos cuenta de que algo que es común y que vemos todos los días viene a tener un gran significado de repente. Por ejemplo, hay muchas universidades en el país, pero cuando tu asistes a una en particular, deja de ser una universidad para ser “¡La Universidad!”, puedes haber visto a una dama por algún tiempo en tu trabajo o en la iglesia, pero de repente ¡zas! deja de ser otra dama para ser ahora la que te hace soñar despierto y ser “¡la mujer de mi vida!”. Esto es lo que le leemos en esta expresión, que cuando las moradas de Dios cobran un sentido especial para nosotros, dejan de ser el templo, el lugar de reunión, para ser ahora el lugar de deleite, el lugar amable, precioso, lleno de significado.
Sabemos por la escritura (Gálatas 4) que tenemos tres madres, nuestra madre que nos parió, nuestra madre que nos muestra el camino a Dios y que conocemos como la religión o la Jerusalén actual y nuestra madre celestial que está descrita como la Jerusalén de arriba. Cada una de ellas tiene la misión de encaminarnos a un encuentro. Conocemos que la instrucción de nuestra madre nos lleva a ser hombres y mujeres de valor en la sociedad al educarnos en valores morales, sociales y religiosos. Le corresponde asimismo a nuestra segunda madre, la religión, cualquiera que esta sea, a llevarnos al Puente o Camino para llegar al encuentro con Dios. De esta manera sabemos que nos darán toda la instrucción necesaria y las herramientas para lograrlo, pero la decisión es netamente nuestra. Nuestra madre no es la que toma las decisiones en nuestro hogar, eso es asunto de nosotros como los esposos, aunque su instrucción en nuestra formación se refleja en nuestro manejo de las situaciones. La religión es buena, cualquiera que diga lo contrario no aprecia lo que esta hizo por él, es por tanto buena y necesaria, porque con guías y maestros nos llevan a desear tener un encuentro con Dios. No puede ir más allá, solo puede mostrarnos a Cristo, pero ella no es el Camino, sino solo quien nos muestra el Camino.
Para entender este pensamiento vayamos al comienzo de nuestra existencia. Cuando nacemos comienza una travesía de regreso a casa. No comienza nuestra existencia al nacer de nuestra madre, sino que de hecho comienza en el corazón de Dios, quien en la concepción pone luz en nosotros. Esta luz es su Luz, la luz que le caracteriza, que es su misma esencia, es su luz Shekinah. Aunque no haya luz en el vientre materno, aunque no parezca sino un lugar oscuro, ¡ahí hay luz! En el Salmo 139.16 hay un misterio escondido, y es que cuando dice: “tus ojos vieron mi embrión” podemos también entrever que ¡nosotros también le vimos ahí! Mira, nosotros conocimos a Dios aun antes de nacer, conocimos sus moradas, conocimos sus pensamientos, nos deleitamos con El. Pero después de nueve meses también nacimos, y cuando nacimos nos dimos cuenta de inmediato que no podíamos ver. La luz artificial del quirófano o de la casa de partos no es la luz que vimos ahí. Y cuando vimos la luz de sol, por un momento, por un instante, cuando fijamos la vista en el astro al medio día, creímos ver la luz que conocimos, pero esa luz que conocimos no dañaba como esta luz del sol. Desde que nacemos buscamos eso que conocimos entonces, buscamos a quien conocimos íntimamente, buscamos a Dios. Nuestras madres no nos pueden comprender, nos hablan de la Luz pero no pueden darnos la Luz, nos consuelan diciendo que algún día veremos esa Luz otra vez cuando llegue nuestro día, cuando regrese el Señor, pero nosotros queremos ver (conocer, participar) esa Luz aquí, ahora, no en un futuro, sino hoy.
Recién cuando confesamos nuestro andar ante el Hijo, bajo la luz del sol en justicia o la luz de los hombres en oscuridad de pecado, esto es, nuestro caminar natural que pudo haber sido bueno o no tan bueno, pero nunca perfecto, nunca suficiente para alcanzar a cruzar el abismo de regreso a casa, es cuando el perdón, la redención y la justificación llenan nuestro ser. Somos de repente despertados, comenzamos a ver, no más la luz natural, sino nuestros ojos se abren como al comienzo, como cuando le conocimos. Viene un gozo tal que quedamos aturdidos, emocionados, extasiados. Expresamos como el salmista ¡cuán amables son tus moradas, cuán preciosas son en verdad! El Hijo es el Camino, la Verdad y la Vida. Le hemos encontrado, no le queremos dejar más. Cómo recuerdo las palabras del Maestro al describir el Reino de los Cielos. Esto es en verdad semejante a lo que ahí se narra, algo que no tiene comparación, que es lo más valioso que se puede encontrar.
Y saben que es lo más increíble, que ¡es solo el comienzo! Solo el principio de un regocijante viaje con el Guía más tremendo que haya existido jamás, nos referimos al Espíritu Santo.
Leemos que el gorrión ha hallado casa y la golondrina lugar para poner su nido, y ese lugar y esa casa son los altares del Señor. Nuevamente esto es expresado entre signos de admiración, maravillándose de lo que habla como un gran descubrimiento. Dejando la profundidad para otro estudio, entendemos que Pablo se refiere a las diferentes religiones en el primer capítulo de su epístola a los Romanos donde leemos: “Profesando ser sabios, se volvieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una imagen en forma de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles.” Reptiles por cuanto no conocen a Cristo, cuadrúpedos porque le conocen en lo natural, aves porque han probado las alturas de lo espiritual y hombre porque no le quieren reconocer sino que se hacen vanos expresándose en humanismo, ateísmo, y todo lo que tiene que ver centrado en el hombre natural alejado de Dios. De donde tomamos que aun la religión que ha perfeccionado su vuelo en gracia y velocidad como la golondrina, toma el lugar de procrear sus polluelos en los atrios de Dios. No nacemos en religión, sino que la religión nos lleva a las moradas del Señor para nacer. Nos despedimos de nuestra madre para comenzar una educación y crecimiento bajo la tutoría del Maestro. Recordemos el caso de Ana cuando después de destetar a Samuel lo lleva a la casa del Señor para que creciera delante del Señor.
Los siguientes versículos del Salmo nos hablan precisamente de este crecimiento bajo la tutela del Espíritu Santo. De nuevo una exclamación: ¡Cuán bienaventurado es el hombre cuyo poder está en ti, en cuyo corazón están los caminos a Sion! Este es un tiempo de ardua instrucción, de un refinamiento de carácter, un desierto donde la meta es crecer a la estatura del Varón perfecto. Es una etapa donde dejamos las cosas antiguas para aprender lo más excelente, como la mariposa deja las costumbres de la oruga con su alimentación de hojas y ahora se alimenta de néctar y sales minerales. Lo anterior fue bueno, pero si desea crecer es necesario un cambio de alimento. Por cierto, parte de nuestro nuevo aprendizaje es que es sazonado con sufrimiento, privaciones, desprecio, incomprensión, abandono y burla entre otros. El valle de “Baca” es traducido como el valle de lagrimas, el valle del sufrimiento, que es convertido en manantiales, vida que proviene de lo profundo de nuestro ser, que ha sido depositada en abundancia por las lluvias tempranas de bendición. Estas aguas de lluvia no se pierden sino son almacenadas por nuestro espíritu en lo profundo, donde podemos tomar cuando pasemos por este valle. La lluvia temprana ablanda la tierra preparándola para ser arada y sembrada con nueva semilla. La instrucción es fuerte, pero podemos ver los resultados como el hombre que ve sus musculo crecer con el ejercicio en el gimnasio. Van de poder en poder, creciendo y fortaleciéndose, llenándose de sabiduría, completándose en entendimiento y derramándose en adoración. Si vemos el tabernáculo de reunión, encontramos tres áreas principales que representan estos tres encuentros. Pasando los atrios donde están el altar del holocausto y la fuente de bronce, encontramos la tienda, donde están divididos por un velo de techo a tierra el lugar santo y el lugar santísimo. En el primero y con acceso al exterior encontramos tres objetos sagrados que nos muestran los instrumentos de instrucción del Espíritu Santo, a saber, el candelabro de oro de una sola pieza, forjado a martillo y que es la única fuente de luz ya que un primer velo sella la entrada y la luz del sol. Esta es la luz del poder de Dios, poder para entender la escritura, descubrir los misterios escondidos y sobretodo luz para encontrar lo que no agrada a Dios en nosotros y que debe ser removido. Sin esta luz seremos incapaces de entender que la disciplina es indispensable para crecer en santidad.
Mira, la religión, cualquiera que sea, nos dice que nadie puede ser perfecto sino Dios, pero aquí descubrimos que el mandamiento: “sed perfectos, como vuestro Padre es perfecto” aplica a nosotros, que solo a base de negación a si mismo podremos alcanzar en Cristo este crecimiento. Para la oruga es imposible volar, porque su naturaleza se lo impide, por tanto cree que nunca volará, pero cuando la naturaleza en ella cambia transformándola en mariposa con alas de seda, entonces el volar se vuelve una posibilidad real. Esto nos lo enseña el Espíritu Santo. Los panes de la proposición son nuestro alimento especial, el cual está cubierto con incienso, con mirra, para que no sea consumido por los insectos. Este pan es amargo, pero produce fuerza, comprensión, nos permite descubrir la misericordia, el valorar lo despreciado por los hombres, el considerar cada día que nuestra meta no está en lo natural sino en lo sobrenatural, en las moradas celestiales. Nos enseña que nuestra naturaleza verdadera no es la tangible, natural y carnal con la que nacimos, sino una naturaleza de luz, celestial y gloriosa. Y quizás el objeto del fondo de la cámara nos llame la atención por su cercanía al velo, y es que este altar del incienso es lo único que permanece de este lugar al ser removido el velo. La adoración, la oración, el comunicar con Dios como El pide, como El merece, como a nosotros nos conviene, esto es lo que este altar representa. Un objeto de madera de acacia recubierto de oro fino, con sus cuernos y sus utensilios de oro, todo mostrando nuestra naturaleza que comenzó natural pero que será transformada en espiritual.
Jesús nos enseña a orar, a dirigirnos a Dios como Padre, porque el Padre oye, ve y actúa con piedad y amor para con sus hijos. Esta es la tercer etapa, el encuentro con el Padre. Los versículos restantes nos hablan de este encuentro. ¡Qué precioso es orar sabiendo que somos escuchados, pedir sabiendo que obtendremos respuesta, clamar y tener por cierto que seremos rescatados! El Señor oraba siempre con la certeza de ser oído, por eso los discípulos le pidieron que les enseñara a comunicarse con Dios con esa misma certeza de ser atendidos. Les enseño el secreto de David que se había perdido en los rituales religiosos, la sencillez del hablar de Moisés que habían incomprendido los religiosos cambiándolo por elaboradas oraciones que no llegaban a ningún lado. Leemos: “Mira, oh Dios, escudo nuestro, y contempla el rostro de tu ungido”, míranos, examínanos, contempla nuestro rostro, el rostro de uno que ha sido entrenado, instruido, aprobado, ungido. Mira oh Dios, ve a Cristo en mi, mira que mi rostro brilla con tu mismo resplandor, que he llegado a ser transformado a tu semejanza. No soy más aquel que nació en pecado, sino uno que ha pasado por la escuela del Espíritu y ha sido hallado fiel, ha sido llamado buen siervo. Ya no hay mancha, las arrugas fueron alisadas tiempo atrás, no hay ya en mi sombra de ningún tipo sino que la Luz me ha traspuesto a través del velo y ahora estoy de continuo ante tu presencia oh Dios de los ejércitos.
Este es el fin de la larga espera del regreso a casa, cuando por fin podemos entrar en su reposo. Ciertamente este es el reposo del cual se habla en la epístola a los Hebreos, “Porque los que hemos creído entramos en ese reposo”. Reposo significa precisamente que no hay necesidad de más obras sino que la gloria de Dios es suficiente, llenándolo todo en todo. Nuestro peregrinar ha terminado, ya no hay que buscar nada más, no hay que encontrar a nadie más, no tenemos que vestir nada más ya que somos vestidos de su gloria, no hay nada más que decir, todo está dicho, todo está hecho, ---- consumado es ----.
Nuestro ser se encuentra ahora en un estado de paz como nunca antes lo estuvo, porque ya no hay preocupación, angustia, dolor, ansia, anhelo, aun la esperanza ha quedado satisfecha. ¡cuan hermosas son tus moradas, oh Señor!
Hasta ahora no conocemos nada que pueda ir más rápido que la luz, y sin embargo, cuando llegamos a esta etapa de relación, encontramos que esta Luz de Dios, de la cual ahora somos participes, esto es, de su gloria misma, no necesita ir rápido o despacio, simplemente es, lo llena todo, está en todos lados, es lo que es, la Luz. En un instante, en un momento, todo queda claro, todo queda entendido, todo queda descubierto. No hay esfuerzo ni hay afán, no hay preguntas tampoco, todo es simplemente conocido al entrar en su lugar. Por cierto, allí no hay lugar para nuestro “yo”, ha quedado muerto y desechado como el capullo de la oruga, innecesario para ser utilizado para algo más.
“Queda, por tanto, un reposo sagrado para el pueblo de Dios. Pues el que ha entrado a su reposo, él mismo ha reposado de sus obras, como Dios reposó de las suyas. Por tanto, esforcémonos por entrar en ese reposo.” Esforcémonos, suframos lo que haiga que sufrir, lloremos lo que tengamos que llorar, clamemos lo que hayamos de clamar, perdamos lo que se tenga que perder, pero entremos en su reposo.
Vale una observación, porque dirás: bueno eso será emocionante, pero y ahora, en este tiempo, ¿cuál es mi esperanza mientras alcanzo ese reposo? – los últimos dos versículos nos dicen que es el Señor nuestro sol y escudo, justicia y protector, quien provee para nosotros gracia y gloria, si, su favor es para con sus hijos, para los que le aman, quien ciertamente no negará nada bueno a los que andan en perfección e integridad, cualidades que obtenemos más allá de las faldas de la religión, como hombres y mujeres maduros y crecidos a la estatura del Señor.
“Oh SEÑOR de los ejércitos, ¡cuán bienaventurado es el hombre que en ti confía!” lo que concluye este pensamiento y este salmo, que es dichoso el hombre que en Dios confía, que ha puesto su esperanza en el Señor a quien ahora conoce enteramente, que ha visitado sus moradas y las ha aprendido a amar deseándolas como su morada también. Hemos visto nuestro lugar, hemos visto nuestra gloria, hemos visto nuestra herencia, ¡eso es simplemente glorioso! Cualquier situación que tengamos que pasar, cualquier sacrificio que sea necesario hacer, cualquier cosa, es insignificante comparado con esto que hemos alcanzado y tenemos en nuestro corazón para disfrutar hasta que sea manifestado.
Les amo.